Por la Arq. Héctor Solórzano
Te imaginas una ciudad dedicada al mundo de los difuntos con grandes estructuras arquitectónicas. Pues en el México prehispánico no solamente en el mes de noviembre o día de muertos rendían homenaje a las almas fallecidas, antiguamente muchas de las ciudades prehispánicas eran organizadas en torno a grandes plataformas de piedra que se consideraban sagradas. Tenían la finalidad de ser construcciones específicas para entierros humanos.
La arquitectura funeraria forma parte de la existencia del hombre, dando respuesta a las necesidades derivadas, no solo de la vida, si no también, de la muerte. No existen prácticamente culturas que abandonen a sus muertos sin ceremonias o sin pequeños monumentos, la esperanza de revivir en un mundo más allá, de reencarnar nuevamente en la tierra, así como la relación de los vivos con los difuntos, han definido los rituales funerarios y las características arquitectónicas, simbólicas y plásticas de mausoleos, tumbas, lapidas, criptas, etc.
La celebración de día de muertos por lo general va acompañada de vestigios humanos o algunos elementos de los mismos que a través de representaciones, costumbres y ritos que inician con la muerte física de un miembro de una sociedad y que conducen al recién fallecido a su recorrido al Mictlán.
En Mesoamérica son muy comunes los enterramientos, en cada región fueron encontradas tumbas con características muy específicas según la región, la cultura, el rango que ocupaba la persona fallecida dentro de la sociedad, etc. La mayoría de los casos, los entierros se realizan en estructuras realizadas en el momento de la inhumación ya fuera en tumbas troncocónicas, cistas de tierra y de piedra.
En el caso de las tumbas troncocónicas, estas tuvieron como primera función la conservación del grano, alejándolo de los depredadores y garantizando su conservación para el consumo o la siguiente siembra. Las cistas, ya fueran de tierra o recubiertas con piedra, se realizaban al interior de la unidad doméstica, con el propósito de conservar a los antepasados y sus fuerzas al interior del grupo familiar. Sin embargo, estos elementos mortuorios se realizaban en el momento del fallecimiento del miembro del grupo, sin una planificación. Por el contrario, la tumba requiere de una planeación, como las pirámides. Ésta se construye mucho antes de que fallezca quien va a ocuparla.
Son varios los asentamientos en Mesoamérica en donde se ha encontrado arquitectura funeraria temprana, aquí te contaremos de las tumbas con mayor importancia.
En Chiapas de Corzo se encontró la tumba más antigua de toda Mesoamérica depositada dentro de una pirámide con 6 y 7 metros de altura, escaleras de barro y un templo en la parte superior. los estudios de la excavación arrojan que tiene una antigüedad aproximada de 2,700 años. Es un depósito en dos cámaras funerarias que consistía en un entierro múltiple en distintos desniveles.
La Venta es un sitio arqueológico de la civilización olmeca, fue un centro de cívico y ceremonial de dicha cultura. El complejo A es un conjunto de montículos y plazas al norte de la gran pirámide rodeado por una serie de columnas de basalto y techada con los mismos elementos constructivos para finalmente ser rellenada con la tierra. Debajo de los montículos y plazas encontramos una gran variedad de ofrendas y otros objetos enterrados, como herramientas rituales de jade, espejos pulidos de minerales de hierro y cinco «ofrendas masivas» de bloques de serpentina.
En Oaxaca, la tradición de las tumbas se llevó hasta verdaderos palacios subterráneos con la misma disposición de las grandes estructuras de los gobernantes zapotecos, como una forma de continuar viviendo la misma vida después de la muerte, las tumbas más tempranas fueron simples estructuras rectangulares, techadas con madera o grandes lajas, las cuales han sido descubiertas en Monte Albán y en Monte Negro.
En el centro de México, la tradición funeraria comenzó con las tumbas troncocónicas en el área de las unidades domésticas del asentamiento de Tlapacoya, en donde se inició la tradición de construcción de tumbas. En una de las tumbas encontradas se puede ver que sobre el piso se colocó una cama de vegetación del lago de la región, con el propósito de que la vida, la humedad y la fertilidad del lago acompañara al muerto; posteriormente, se cubrió con pintura roja, asociada al calor, la sangre y el sol para que las fuerzas tanto telúricas como celestes le acompañaran. El cuerpo fue cubierto por un textil o petate y se le colocaron diferentes objetos para hacerle compañía en el viaje al otro mundo. Por último, se colocaron grandes lajas de basalto que techaron la tumba y sobre la cual se construyó un piso. De tal manera, la pirámide si bien ya en un principio era un lugar sagrado, la colocación del dirigente en la pirámide, permitió que las fuerzas sagradas de la pirámide y del dirigente se unieran y fueran una, mientras la estructura continuó en uso.
En otra de las tumbas encontradas en Tlapacoya, se descubrió que tuvo una doble función tanto de albergar los restos del fallecido y de ser una ofrenda al edificio que la contenía. En este caso, se colocaron los restos de por lo menos cuatro individuos que ya habían sido enterrados previamente, pero que fueron exhumados con el propósito de que las fuerzas mánticas que acompañaban a estos personajes sacralizaran la nueva construcción del templo.
A través de las prácticas funerarias se puede tener un acercamiento a la vida pasada de los pueblos, sus costumbres, miedos y creencias que subsisten y pertenecen en el orden social.
Más ejemplos de construcciones específicas para entierros humanos existen en la zona maya, como en Palenque con tumbas templo y en el occidente de México con las tumbas de tiro. Entierros dedicatorios que fungieron como ofrenda a una deidad al erigir un edificio, es Teotihuacán.
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